martes, octubre 25, 2011

Ryuichi Sakamoto. La música os hará libres.


Traducción: Jordi Juste y Shizuko Ono
Delicado e intenso
La música os hará libres. Apuntes de una vida es la primera autobiografía de Ryuichi Sakamoto, fruto de los diálogos entre el artista y el editor de la revista japonesa Engine. Como todas las obras de Sakamoto, es un libro delicado e intenso, que rezuma la sensibilidad y la clase del artista desde la primera hasta la última página.
Nada es superficial, todo lo que nos cuenta nos ayuda a comprender qué hay en Sakamoto de talento innato y qué de aprendizaje. Nos habla de su encuentro infantil con la música, de sus primeras influencias, de la Yellow Magic Orchestra, de su evolución artística y de su consagración como uno de los creadores más importantes del cambio de milenio. Y también de su visión del mundo, y de acontecimientos que han marcado su vida, tanto en la esfera privada como en la profesional. Recuerda que de pequeño no sabía qué quería ser de mayor y se declara fruto de las circunstancias y de las personas que lo han rodeado: la familia, los amigos, los profesores, los colegas…
El propósito de Sakamoto no es exhibicionista. Se ve impulsado a rememorar sus seis décadas de existencia porque quiere comprenderse a sí mismo, saber de dónde ha salido. Es, pues, el resultado de un ejercicio de introspección. Pero se lee como un relato ameno, capaz de entretener, interesar y entusiasmar por igual a los seguidores de Sakamoto, a los aficionados a la música y a todos los lectores que aprecien la sensibilidad, el talento y la creatividad. 
Ya a la venta en http://www.altair.es

lunes, octubre 17, 2011

Los héroes de Fukushima

Domingo. El Periódico de Catalunya, 16 de octubre de 2011
“Los cincuenta de Fukushima”, “héroes de Fukushima”, “héroes sin rostro”, “héroes anónimos”, “liquidadores”, “samuráis” y hasta “kamikaze”. Fuera de Japón les hemos llamado de formas diversas, todas ellas con una gran carga de significado y algunas con una evidente falta de conocimientos de historia. En su país, en cambio, prefieren referirse a ellos de forma neutra como “Fukushima genpatsu fukkyu sagyou no sagyouin”, es decir, “trabajadores que se encargan de la recuperación de la central nuclear de Fukushima”. Son los galardonados con el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia 2011, los que, según el jurado, “pusieron en riesgo la propia vida al afrontar, en la central siniestrada y su entorno, las tareas que evitaron una tragedia humana y ambiental de mayores dimensiones, dando al mundo un ejemplo de coraje ante la adversidad, sentido del deber, defensa del bien común y conciencia cívica”.

¿Quiénes son los “héroes de Fukushima”?
El 11 de marzo de 2011 un gran terremoto sacudió el noreste de la isla japonesa de Honshu y, minutos después, una ola gigante arrasó buena parte de la región, mató a unas veinte mil personas y dañó gravemente la central nuclear Fukushima Daiichi. El riesgo de una gran catástrofe obligó a evacuar o confinar a la población de los alrededores y a la gran mayoría de los trabajadores de la central. Pero cincuenta operarios se quedaron intentando evitar o minimizar los daños. Más tarde se unieron a ellos otros operarios de la central, además de bomberos, policías y militares, que participaron en las tareas de desescombro, extinción de incendios, refrigeración del material radiactivo, inspección desde el aire, acordonamiento de la zona y evacuación de la población del área. El día 21 cinco de ellos recibirán el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia en Oviedo. Son el capitán de bomberos Toyohiko Tomioka, los superintendentes de policía Yoshitsugu Oigawa y Masami Watanabe, el coronel Shinji Iwakuma y el teniente coronel Kenji Kato, ambos de las fuerzas armadas.
El coronel Iwakuma es, además de un héroe, un verdadero superviviente de Fukushima. Su vida corrió grave peligro a causa de las explosiones de hidrógeno que se produjeron cuando participaba con sus hombres en las tareas de refrigeración del reactor número 3 de la central siniestrada. El coronel pertenece a una unidad especial de lucha contra armas biológicas y nucleares, y no esperaba que fuera el hidrógeno lo que pudiera causarle la muerte. “Los escombros estuvieron cayendo durante decenas de segundos, pero la sensación fue que aquello duró mucho tiempo”, explicó Iwakuma en junio.

Ningún trabajador de Tepco
No acudirá a recoger el premio ningún trabajador de la central. Ni de esos primeros “cincuenta de Fukushima” ni de los que los han ido relevando hasta hoy en turnos de cincuenta y con un límite de tres horas diarias. Tres de ellos han muerto ya, aunque Tepco, la compañía propietaria de la central, atribuye sus fallecimientos a causas distintas de la radiación.

El primer muerto fue un hombre de 60 años en mayo y la causa oficial del deceso un infarto de miocardio. El segundo tenía 40 años y falleció en agosto a causa de una leucemia fulminante. Trabajaba en las instalaciones de control de descontaminación por las que pasan los trabajadores y se sabe que el examen médico previo a su contratación no había detectado ningún problema de salud y que la autopsia no reveló dosis de radiactividad anormales. En cuanto al tercero, un hombre de 50 años fallecido en octubre, pasó 46 días en el exterior de la central instalando un tanque para tratar el agua contaminada. Por deseo de la familia, no se ha comunicado la causa de su muerte, pero según Tepco no fue ni la radiación ni un exceso de trabajo.
Además de estas tres víctimas mortales, la compañía ha reconocido que algunos de sus trabajadores han estado expuestos a dosis de radiación muy altas, pero no ha revelado qué efectos ha tenido sobre su salud. Tepco tiene un largo historial de mentiras y medias verdades, por lo que es difícil creer que no se conozcan ya consecuencias graves de la radiación sobre la salud de sus trabajadores.

Como una condena a muerte
Durante los días que siguieron al tsunami, las informaciones directas sobre la situación real de los “héroes de Fukushima” se limitaron prácticamente a un correo electrónico en que un trabajador de la central le agradecía desde dentro a un compañero de Tokio su apoyo y le decía: “solo quiero que se sepa que hay mucha gente luchando en la central bajo condiciones muy duras”.
Además, la televisión pública NHK desveló un correo mandado por la hija de un trabajador de la central que decía: “Mi padre trabaja en Fukushima Daiichi. Todavía está ahí, intentando con todas sus fuerzas controlar la situación. Finalmente, hemos podido confirmar que está bien. Pero creemos que están sufriendo mucho por falta de comida. Les dicen que se resignen, como si los hubieran condenado a muerte.”

Pocos rostros
De todas esas personas que tendrán que vivir con gran inquietud el resto de sus vidas, conocemos el rostro o los nombres de muy pocos. Uno de ellos es el capitán del cuerpo de bomberos de Tokio, Toyohiko Tomioka, uno de los “héroes” que estarán en Oviedo. Junto a sus compañeros Yasuo Sato y Yukio Takayama, Tomioka participó en las tareas de extinción dentro de la central durante la primera semana de crisis. Los tres ofrecieron una rueda de prensa el 19 de marzo, a su vuelta a la capital. En ella explicaron las duras condiciones en que tuvieron que trabajar, sobre todo por las altas temperaturas, las dificultades que suponen los trajes especiales que llevaban para protegerse y el hecho de estar afrontando una situación totalmente nueva para todos ellos.
“Vi que era algo muy distinto a lo que habíamos hecho en las prácticas, pero regresé con el convencimiento de que los hombres con que contaba podrían hacer algo. Lo más duro para mí fue decidir quiénes entraban. Todos eran muy conscientes de lo que suponía e hicieron cuanto pudieron. Pero yo tengo que pedir disculpas a sus familias”, dijo el capitán Tomioka emocionado.
Por su parte, el capitán Takayama explicó que la gran novedad para los bomberos fue tener que estar pendientes, sobretodo, de su propia seguridad: “Nuestra principal preocupación fue que cada hombre estuviera expuesto a la radiación el mínimo tiempo imprescindible. Miembros expertos en energía nuclear estaban en todo momento a nuestro lado indicándonos los niveles de radiación”.  

Salvar Japón
Takayama también contó que, antes de partir, se había despedido de su familia mandando un correo electrónico desde el cuartel de bomberos en el que decía: “He recibido una orden y me voy a la central nuclear de Fukushima. Estad tranquilos, porque regresaré”. Su mujer respondió con un escueto “Confiamos en ti y te esperamos”. Más directo, si cabe, fue el intercambio de correos entre el capitán Sato y su esposa. Ante el “Me voy a Fukushima” del jefe de bomberos, su mujer reaccionó con una petición que parece una sentencia: “Sé uno de los salvadores de Japón”.
Los tres capitanes hablaron ante los medios como representantes de sus hombres. Y con ello se convirtieron en tres de las escasas caras conocidas de los “héroes de Fukushima”. Ese protagonismo quizá se lo permitió estar bajo las órdenes del gobernador de Tokio, el populista Shintaro Ishihara, un político que no pierde oportunidad de ser foco de atención. Ishihara aprovechó el acto para dedicarles una declaración pública de agradecimiento. “Gracias de verdad. Habéis decidido el destino de este país. Como representante del pueblo, os muestro nuestra gratitud y os pido que sigáis ejerciendo esta profesión tan noble”, dijo el gobernador.

Un jornal diez veces más alto
Según el periodista y profesor de la universidad Nanzan de Nagoya, Arturo Escandón, la atención que han merecido en Japón los “héroes de Fukushima” ha sido más bien escasa. “Es posible que en España el tema siga vivo por el premio Príncipe de Asturias. Pero aquí, de los héroes, ya se habla poco. En los programas nocturnos de televisión se hizo algún reportaje con trabajadores anónimos. Al comienzo de la crisis, se habló sobre el estrés de esa gente, lo que comían, y cómo se las arreglaban para vivir. Pero ahora hay mucha menos información. Sí se dice que, aparte de los voluntarios, hay muchos que van a Fukushima porque el jornal es 10 veces más alto que el de un trabajador normal. Además, fuera de Japón quizás se les trate como a héroes, pero ya se sabe que aquí el sacrificio es gratuito”, explica Escandón.
En cualquier caso, tanto el jurado de los premios Príncipe de Asturias  como los medios nacionales e internacionales han coincidido en atribuir el carácter de heroico al colectivo, aunque el sacrificio lo hayan hecho individuos. Si comparamos este homenaje con los dispensados a los bomberos y policías muertos en Nueva York el 11-S, vemos claramente como en América se les pone rostros, nombres y apellidos, mientras en Japón permanecen casi todos en el anonimato. Es algo coherente con la gran importancia que le dan los japoneses a la pertenencia al grupo. Y también recuerda su alto sentido del honor y del deber. Lo que lleva a preguntarse hasta qué punto su heroicidad es una opción.
Mientras muchos japoneses siguen trabajando en Fukushima por heroismo, obligación o dinero, la preocupación es que, al hacerlo, siguen expuestos a la radiación que emiten los tres núcleos fundidos. Puede que no sea ya tan grande como en las primeras horas, pero sí suficiente para producir graves efectos sobre su salud. 





Consecuencias fatales

“La falta de información no deja más salida que prever lo que puede pasar con los trabajadores de Fukushima a partir de lo que sucedió en Chernóbil”, afirma el profesor Eduard Rodríguez Farré, investigador del CSIC y experto en los efectos de la radiación en los seres vivos. “Por ejemplo, sabemos que la mayoría de pilotos de helicóptero que participaron entonces en las operaciones desde el aire murió. Y la situación en Fukushima es muy similar. A unos les llamaron liquidadores y a otros les llaman héroes, pero tan héroes eran unos como los otros. Hay muchas similitudes entre Chernóbil y Fukushima, lo que pasa es que, como los soviéticos eran entonces los malos y los japoneses son buenos, la percepción es distinta”.  
El profesor no cree que las protecciones que llevaban los “héroes” de Fukushima les hayan sido muy útiles: “Los trajes y las máscaras solo sirven para evitar la exposición a partículas metálicas suspendidas en el aire, pero no para frenar la radiación que producen los rayos gamma. Contra estos no hay nada que hacer. Por supuesto, todo depende de la radiación a que alguien haya sido expuesto. Por ejemplo, lo pilotos de helicóptero recibieron grandes dosis de radiación”.
Rodríguez Farré advierte sobre lo que se puede prever que les pase ahora a los héroes: “Es de imaginar que se producirán a corto plazo casos de náuseas y pérdida de cabello, y una pérdida de las defensas inmunológicas; y que irá en aumento durante años el número de tumores y de casos de cáncer sobretodo de tiroides y leucemias. Lo que sí es cierto es que desde Chernóbil los tratamientos médicos han mejorado. Por eso es importante que se les haga un seguimiento continuado, como parece que se ha empezado a hacer con los niños del área de Fukushima”.



Heroicidad y tradición
El experto en religiones Tetsuo Yamaori publicó el 16 de abril un artículo en la revista AERA donde defiende que la visión que los japoneses tienen sobre la heroicidad de los Cincuenta de Fukushima muestra un cambio en su sistema de valores. Según la tradición, tan japonés sería el sacrificio de los héroes como la voluntad del pueblo de salvarlos y compartir su destino.
Ha sido la adopción del sistema de valores anglosajón lo que ha hecho que se espere el sacrificio de los “Cincuenta de Fukushima” para salvar a los demás: “Según la idea tradicional japonesa del carácter transitorio de la vida, en Japón podemos optar entre estas dos decisiones: dejamos que los Cincuenta de Fukushima se sacrifiquen y salven nuestro país, o los sacamos a todos de la central nuclear en el momento en que la situación se convierta en demasiado peligrosa y dejamos que la totalidad de la población afronte las consecuencias”.
La serenidad mostrada tras el terremoto se explica precisamente a partir de su tradicional aceptación de la transitoriedad: “Cuando la Madre Naturaleza arrasaba, los japoneses bajaban la cabeza y se agachaban, en lugar de luchar en su contra, y se ponían a pensar en cómo podían rehacer sus vidas”. 

lunes, septiembre 26, 2011

Japón recupera la conciencia

さようなら原発1000万人アクション

Jordi Juste

Unas sesenta mil personas se reunieron el 19 de septiembre en Tokio para pedir el fin de la energía nuclear. Visto desde Europa, puede parecer un grupo reducido en una metrópolis de casi treinta millones de habitantes. Pero es una reunión extraordinaria en Japón donde, en las últimas décadas, las protestas masivas se limitaban prácticamente al movimiento contrario a las bases militares estadounidenses en la isla de Okinawa. En los años cincuenta y sesenta las calles de Tokio vivieron una gran agitación política, centrada en la oposición al tratado de cooperación militar con Estados Unidos. Pero a principios de los setenta la juventud nipona disfrutaba ya de las comodidades aportadas por el crecimiento económico y estaba desengañada de algunos movimientos izquierdistas, que se oponían al imperialismo americano pero cerraban los ojos ante el soviético. La resaca de aquellos días han sido décadas de un conformismo generalizado que ahora podría estar terminando.


Los manifestantes reunidos el día 19 en el parque Meiji de Tokio respondían al llamamiento del grupo Sayonara Genpatsu (adiós a las centrales nucleares) http://sayonara-nukes.org/english/ encabezado por nueve intelectuales que quieren conseguir diez millones de firmas para un manifiesto contra la energía nuclear. El documento inicial lo suscriben, entre otros, el premio Nobel de literatura Kenzaburo Oe, el músico Ryuichi Sakamoto y la monja budista de 89 años Jakucho Setouchi. Incluye tres peticiones: que se cancele la construcción de nuevas plantas de generación, que se eliminen de forma planificada las actuales y que se cierren las instalaciones de reproceso de plutonio. “Siempre hemos sabido que los seres humanos no pueden convivir con la energía nuclear. Lamentamos profundamente que, aunque lo sabíamos, nuestras voces de protesta y nuestras acciones contra la energía nuclear han sido, de largo, demasiado débiles”, afirma el manifiesto.

Parece que el tsunami que el 11 de marzo asoló la región de Tohoku y el desastre de la central nuclear de Fukushima han hecho que muchos japoneses despierten después de las décadas de sueño acrítico aceptando el credo atómico impuesto por las compañías eléctricas con la anuencia de gran parte de las élites económica, política y cultural. Cuando todavía se trabaja por enfriar los reactores dañados en Fukushima para poder sellarlos, algunas encuestas sitúan en más del setenta por ciento a los japoneses opuestos a esta forma de generación de electricidad, cuando antes de la catástrofe eran mayoría los que la aceptaban, ya fuera con entusiasmo -por ser una solución limpia y barata- o simplemente como una más de las fatalidades que asuelan el archipiélago.

Siempre ha habido japoneses opuestos a la energía nuclear en el único país que ha sufrido un bombardeo atómico. Sin embargo, su voz fue haciéndose inaudible a medida que la repulsa a lo nuclear, provocada por el recuerdo de las masacres de Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945, fue quedando arrinconada por el deseo de crecimiento económico rápido que siguió a la posguerra, y por el hecho incuestionable que Japón es un país con casi nulas reservas de combustibles fósiles. Los que alertaban del peligro del átomo en una tierra que siempre tiembla fueron tomados durante décadas por quijotes que luchaban contra molinos de viento.  

Uno de los que se han pasado la vida intentando despertar la conciencia de sus compatriotas es Kenzaburo Oe, que ahora ve como sus palabras tienen mayor repercusión en una población ávida de liderazgo moral. En un artículo publicado recientemente, el novelista afirmaba: “Estamos descargando unilateralmente nuestras responsabilidades sobre las generaciones venideras”, y a continuación se preguntaba: “¿Cuándo abandonó la humanidad la moral que nos debería haber frenado?”.

Por su parte la monja budista Jakucho Setouchi, autora de numerosos textos sobre temas de actualidad, afirmaba recientemente: “No solo los japoneses, sino quizás toda la humanidad se ha vuelto engreída. Piensa que con su conocimiento lo puede vencer todo. Pero esta vez se nos ha enseñado que el conocimiento humano es realmente insignificante. No podemos morirnos y dejarle este horror a la gente joven, a los niños que quedarán. Yo estoy dispuesta a sacrificarme para oponerme a la energía nuclear”.

Otra de las voces que hasta hace poco parecían clamar en el desierto y ahora son escuchadas es la de Ryuichi Sakamoto. En su biografía La música os hará libres -escrita antes del terremoto de Tohoku y que está a punto de aparecer en España- el músico se lamenta sobre la falta de líderes de opinión en Japón: “Había personas de carácter que -más allá de que fueran conservadores o progresistas- eran capaces de decirle claramente a la sociedad lo que pensaban. Pero ahora ya no hay.” Sakamoto lleva tiempo mostrando su oposición a la energía nuclear. En 2006 puso en marcha el proyecto Stop Rokkasho, para alertar sobre el peligro que supone la planta de reproceso de combustible situada en la provincia de Aomori. Recientemente, consciente del pecado de soberbia que ha cometido la humanidad, afirmaba: “es necesario que temblemos de miedo ante la indiferencia de la naturaleza, ya que a menudo olvidamos que vivimos en ella, que somos parte de ella”.

Más allá del manifiesto de Sayonara Genpatsu, son numerosos los intelectuales que en el medio año que ha transcurrido desde el tsunami han levantado su voz contra el error que supuso confiar en la energía nuclear. Uno de los más destacados ha sido el novelista Haruki Murakami, cuyo discurso de aceptación del Premi Internacional Catalunya tuvo una gran repercusión en su país y provocó una enorme cantidad de comentarios en las redes sociales. Murakami acusó claramente en su alocución a las compañías eléctricas de haber optado por la energía nuclear por la posibilidad de obtener mayores beneficios económicos, pero se quejó también de la falta de espíritu crítico general como causante del desastre: Ahora criticamos a la compañía eléctrica y al Gobierno. Es justo y necesario que lo hagamos. Pero a la vez también nos hemos de echar las culpas a nosotros mismos. Somos víctimas y culpables a la vez. Es una cuestión que debemos plantearnos seriamente. Si no, puede ser que el error se repita en algún lugar”.

Tanto Murakami como Sakamoto y muchos otros de los intelectuales que han mostrado su opinión tras el desastre de Fukushima no se han limitado a criticar que Japón haya llegado al extremo de producir un treinta por ciento de la energía que consume en plantas nucleares, sino que han destacado la oportunidad que supone la actual situación para que un país que cuenta con unos fabulosos recursos tecnológicos y organizativos se vuelque en el desarrollo de formas de generación, transporte y consumo de electricidad más limpias y seguras. 

Versión original del artículo aparecido en el Cuaderno del Domingo de El Periódico de Catalunya del 25 de septiembre de 2011 

miércoles, abril 06, 2011

Buena organización, falta de decisión

Estos días tengo el placer de acompañar a un equipo de fútbol japonés de categoría cadete (14 años), que realiza una breve estancia formativa en nuestro país. El tsunami del día once los sorprendió, como quien dice, preparando las maletas para venir a vivir una experiencia que consideran muy importante para su educación como futbolistas y como personas.

Aunque viven en Yokohama, una zona que sufrió poco más que el susto del temblor y algunos inconvenientes -causados por la carestía de algunos productos los primeros días y por los cortes eléctricos- estuvieron a punto de cancelar el viaje, ya que el ambiente del país no parecía el más propicio para darse según qué alegrías. Pero pesó, más que ése, el argumento de que había que intentar recobrar la normalidad cuanto antes. Además, los chicos y su entrenador decidieron que aprovecharían la expedición para recaudar fondos y ánimos para los damnificados de Miyagi. La respuesta está siendo espectacular, tanto en euros depositados en las huchas como en dedicatorias escritas en una bandera traída al efecto.

Ahí donde van, los veintiún jóvenes y su entrenador reciben no solo apoyos sino también elogios por su excelente comportamiento dentro y fuera del campo. Se mueven con orden, escuchan cuando se les dan instrucciones, no dejan rastros de basura a su paso y se dejan la piel en cada entreno como si fuera la final de un Mundial. A muchos espectadores, que acuden con la idea de ver a unos simpáticos niños asiáticos jugando un fútbol de segunda categoría, los sorprenden su técnica y la eficacia con la que juegan. En cambio, algunos entrenadores locales, que llevan ya varios años preparando sesiones para los jóvenes japoneses, saben que estos chavales tienen de sobras la técnica y la capacidad de sacrificio y de trabajar en equipo tan importantes en el fútbol. Pero también saben que a la mayoría todavía les falta capacidad de decisión individual, un elemento crucial para marcar las diferencias en un enfrentamiento que no deja de ser de once personas contra once personas.

Algunos comentan: “A estos chicos lo único que les falta es lo que les sobra a demasiados de nuestros jugadores: el instinto de tomar las riendas e ir a por el gol”. Y es que están perfectamente posicionados, corren de principio a fin y se pasan la pelota con mucho oficio, pero todavía son pocos los que intentan desbordar al contrario e ir hacia la meta.

Su entrenador es consciente de esta carencia. Por eso los trae aquí, los expone a nuevas experiencias y los obliga constantemente a tomar decisiones. Sabe que este aprendizaje les será de gran ayuda en el futuro, sigan o no jugando al fútbol, y confía en que los haga más capaces de aportarle a su sociedad lo que le falta. Tiene claro que la organización y la capacidad de sacrificio son claves para el buen funcionamiento de cualquier grupo humano, y no quiere que las pierdan. Pero también cree que, sin individuos con capacidad de tomar decisiones bajo presión, lo que parece harmonía puede convertirse en un ejercicio estéril, de gran belleza pero sin capacidad de asegurar el futuro. Toda una lección sobre la fortaleza y la debilidad del Japón actual. Un ejemplo que permite mantener la esperanza en el futuro.

Una sociedad normal


Si alguien ha conocido Japón a partir de las numerosas informaciones aparecidas desde el terremoto y el tsunami del 11 de marzo, quizá se haya formado la imagen de una sociedad ideal injustamente condenada por la naturaleza a sufrir. No en vano, el tema favorito de los medios de comunicación occidentales ha sido –a parte de la devastación causada por el seísmo y la alarma nuclear– el comportamiento ejemplar de la población japonesa.

Se ha escrito, de forma abundante, sobre su grado de preparación para hacer frente a los desastres, la solidaridad y el orden de los damnificados al repartir lo poco que les quedaba, la disciplina de los ciudadanos para hacer frente a los obligados cortes de luz, la capacidad –probada diversas veces en la historia reciente– de recuperarse de las hecatombes, la dignidad con la que afrontan la desgracia o la sobriedad con la que exteriorizan su dolor.

Sin embargo, aunque ciertos, esos aspectos de la sociedad japonesa son solo una parte de la realidad. Japón es un país grande, de larga historia y muy poblado. Es, por tanto, una realidad compleja, difícil de reflejar en unos pocos artículos periodísticos escritos con urgencia –y menos en uno solo de poco más de quinientas palabras.

Para equilibrar un poco el cuadro idílico que hemos pintado estos días, podemos hacer una lista de problemas que aquejan a la sociedad japonesa: adicciones; violencia física o psicológica en casa, en la escuela o en el trabajo; aumento del número de jóvenes que se encierran en su habitación y solo se conectan con el mundo a través del ordenador; prostitución relacionada al consumo de productos de lujo; alta tasa de suicidios; discriminación profesional por origen o género; enfermedad y muerte por exceso de trabajo; pérdida de la moral del sacrificio a favor de un mayor hedonismo; escasez de talento individual; desconfianza en el gobierno y en la administración; corrupción institucionalizada; profusión de fraudes que tienen como víctimas a los ancianos…

La anterior es solo una lista inacabada de elementos heterogéneos citados por los propios japoneses como males de su propia sociedad. Son problemas del mundo moderno, que Japón comparte con otros países. Posiblemente, algunos los afronta mejor y otros peor que sus vecinos, e incluso los hay que parecen tan enquistados que se diría que no tiene demasiado interés en solucionar. Está claro que la japonesa es una sociedad normal, donde los problemas se multiplican. Sin embargo, da la impresión de que resiste mejor que otras las tendencias disgregadoras de la modernidad.

A menudo se ha dicho que el secreto es la homogeneidad étnica de su población, que hace más fácil el funcionamiento cohesionado de la sociedad. Es verdad que la inmensa mayoría de ciudadanos japoneses son o se sienten miembros de un mismo grupo sociocultural con unas características básicas comunes, con unos códigos de conducta compartidos y en gran medida aceptados. Eso hace que la comunicación dentro del grupo sea más fácil con necesidad de menos palabras, y que el trabajo individual contribuya más al bien común. También hace que sea tan difícil para un extranjero llegar a ser considerado un miembro más de la sociedad. Aprender japonés o imitar las manifestaciones más superficiales del comportamiento nipón son tareas relativamente sencillas para cualquiera, pero interiorizar su código de valores es difícil para todos e imposible para muchos.

miércoles, marzo 23, 2011

Tsunami. ¿Gobierno culpable?

Jordi Juste, El Periódico de Catalunya, 23 de marzo de 2011

El chiste habla de dos ciudadanos italianos que cuando ven que llueve exclaman “Porco goberno”. En Japón a nadie se le ocurrirá acusar al gobierno de la lluvia ni, mucho menos, de un terremoto de nueve grados, seguido de un tsunami devastador que arrasa pueblos enteros y deja una central nuclear de seis reactores tan dañados que se convierten en una amenaza internacional. Al actual gobierno ni siquiera se le puede acusar de no haber obligado a las compañías eléctricas a estar preparadas para lo peor, ya que la administración del Partido Demócrata no lleva ni dos años en el poder y solo han pasado ocho meses desde que Naoto Kan substituyera a su correligionario Yukio Hatoyama como primer ministro.

Otra cosa es la crítica a la gestión de la crisis. La primera semana de unidad nacional sin fisuras significativas ha terminado con la negativa del principal partido de la oposición a sumarse a un gobierno de concentración nacional para hacer frente a la hercúlea tarea de levantar el país. Aunque también dijo que colaboraría con el gobierno desde la oposición, el no del líder del Partido Liberal Democrático, Sadakazu Tanigaki, a convertirse en vice primer ministro y compartir responsabilidades con su principal adversario augura que pronto empezaremos a oír críticas a la acción de Kan. Ahora bien, tendrán que ser razonables y mesuradas para no ser vistas como anti patrióticas por la mayoría de la población, consciente de la necesidad de arrimar el hombro para salir del socavón.


Las palabras de algunos comentaristas políticos, los debates espontáneos en las redes sociales y la experiencia de otras crisis hacen pensar que las críticas al gobierno se centrarán en la falta de firmeza, transparencia y valor. Firmeza para obligar a Tepco, la compañía eléctrica propietaria de la central, a tomar medidas expeditivas más rápidamente para minimizar los daños a la población sin reparar en los perjuicios económicos que ello pudiera ocasionarle. Transparencia para dar a los ciudadanos todos los datos y dejar que fueran estos los que decidieran el grado de gravedad de la crisis y actuaran en consecuencia. Y valor para tomar medidas conservadoras de la seguridad de la población aún a riesgo de excederse.

En Fukushima parece que se ha evitado lo peor, pero aún habrá que dejar pasar algún tiempo para saber con certeza lo que ha pasado estos días y así poder evaluar justamente la acción del gobierno.

Cuando llegue el momento, habrá que ver si el ejecutivo ha dejado, en algún momento de la crisis, que Tepco ponderara sus intereses económicos al decidir las medidas a tomar con los reactores dañados, cuando lo que le tocaba era olvidarlos por una vez a favor del bien común. También necesitaremos averiguar si el gobierno ha dejado de informar a la población con la claridad y la celeridad oportunas, teniendo en cuenta la obligada necesidad de un margen de tiempo razonable para recoger los datos e interpretarlos antes de hacerlos públicos. Por último, querremos ver si realmente hemos estado al borde de una hecatombe, y por lo tanto lo correcto hubiera sido evacuar Tokio, o ha sido cierto en todo momento que la situación era grave pero no tanto como para organizar el éxodo de más de treinta millones de personas.


domingo, marzo 20, 2011

El milagro japonés

Hiroshima 2010. JJuste

Jordi Juste. Cuaderno del Domingo. El Peridico de Catalunya, domingo 20 de marzo de 2011

Un terremoto de nueve grados sacude el noroeste de Japón y hace temblar a Tokio, la metrópolis de más de treinta millones de habitantes; unos minutos después, el mar se abalanza sobre la costa de Miyagi, arrasa pueblos enteros y se lleva miles de vidas; se suceden las réplicas del seísmo y la devastación y el clima hacen que sea difícil atender y abastecer a los supervivientes; Tokio y su región viven apagones causados por la falta de suministro eléctrico; y, lo más terrible, una central nuclear de nueve reactores situada a unos 200 kilómetros de la capital permanece más de una semana en estado crítico.

En muchas áreas del planeta, cualquiera de esas circunstancias, extremamente graves, sería suficiente, por sí sola, para causar el pánico, la desesperación y el caos, y dar pie al pillaje y al sálvese quien pueda. Sin embargo, los japoneses reaccionaron con miedo pero con calma a la primera sacudida; se pusieron a trabajar en seguida para socorrer a las víctimas y reparar las infraestructuras; los supervivientes esperan ordenadamente a que les toque su turno para recibir la ración que les corresponde; los familiares lloran a sus muertos con pudor; los tokiotas ahorran obedientemente energía; y todos contemplan con preocupación, pero sin histeria, los esfuerzos por controlar la radiactividad en Fukushima.

Estas actitudes ejemplares sorprenden a quienes no conocen la historia y la realidad presente de Japón. El miércoles, en su alocución a la nación, hasta el emperador se hizo eco de la admiración internacional: “En el extranjero se comenta que los japoneses se ayudan mucho sin perder la calma en medio de esta tristeza tan grande. Espero que, a partir de ahora, todos se ayuden y cuiden unos de los otros y superen esta desagradable etapa”, dijo Aki Hito.

Para los japoneses y los extranjeros que hemos vivido o estudiado su cultura, las reacciones de estos días son las que cabe esperar de un pueblo preparado por la naturaleza y la historia para sufrir desastres de todo tipo y vencer a la adversidad desde el sacrificio individual puesto al servicio del bien colectivo.

Claves culturales

La conciencia milenaria de la inestabilidad del territorio y la mutabilidad de los elementos ha tenido por respuesta eso que parece resignación y que es más bien entereza. Se puede rastrear la historia de ese sentimiento desde el Man'yoshu (la colección más antigua de poesía nipona). La disciplina cívica japonesa se formó en épocas más recientes: data de la época de Edo, pero también es, en parte, una respuesta a los accidentes naturales”, explica el poeta mexicano Aurelio Asiain, profesor en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kansai.

La mayoría de japoneses son conscientes de esos rasgos que caracterizan su cultura y su sociedad y que hacen que respondan a los acontecimientos de una forma particular. Un ejemplo de esa consciencia es Kenji Shinohara, realizador de televisión en Tokio y buen conocedor de las culturas española y coreana. “En Japón el budismo y el confucianismo, llegados desde Corea y China, se sumaron al sintoísmo preexistente y de ahí surgieron el bushido (código del samurái) y la moral japonesa, con la mentalidad de auto-sacrificio y consideración hacia el prójimo. En esa mentalidad, a diferencia de lo que pasaba en otros países, en lugar de buscar el propio interés, se sacrificaba todo por el feudo (las provincias de la época de Edo) o el líder. De ahí surge la consideración de la modestia y la generosidad como virtudes”, explica Shinohara.

Para el portorriqueño Roberto Negrón, profesor de español y de comunicación intercultural en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kioto, la explicación es sencilla: “Japón es una sociedad que aprecia la armonía y los japoneses evitan a toda costa las confrontaciones. Esa siempre ha sido su filosofía de vida desde tiempos antiguos y es lo que ha permitido al pueblo japonés unirse en situaciones difíciles, como durante la Segunda Guerra Mundial o el terremoto de Kobe, y ahora también”.

Aceptación de la fuerza de la naturaleza y aprecio de la armonía son, sin duda, características culturales del pueblo japonés. Pero, según la catalana Montse Marí, presidenta del Centre Català de Kansai, cuando hablamos de su reacción ante las adversidades, tenemos que contemplar dos perspectivas: “Una es la personal, la capacidad de contener, de perseverar y de tener paciencia. La otra es la de la relación con los demás. La lengua japonesa tiene como mínimo ocho caracteres chinos o combinaciones de estos que expresan la idea de paciencia, perseverancia, sacrificio y entereza. Una de les más utilizadas es la palabra “nintai” 忍耐, que evoca la virtud de perseverar y tener una paciencia activa, no derrotista o llorona”.

Los precedentes

Los japoneses están acostumbrados a las calamidades. En 1923 un gran terremoto mató a más de cien mil personas y destruyó parte de Tokio y en 1995 otro mató a más de cinco mil y asoló el centro de Kobe. Pero es que el país tiembla casi todos los días en algún punto de sus más de cuatro mil islas; cada año es azotado por tifones; y sufre, periódicamente, erupciones volcánicas, lluvias torrenciales y grandes incendios forestales. Además, en 1945 –después de haber causado grandes daños a sus vecinos asiáticos en su afán imperialista– sufrió severos bombardeos aéreos que causaron centenares de miles de víctimas civiles y arrasaron sus principales ciudades, los dos últimos con bombas atómicas que asolaron Hiroshima y Nagasaki.

Kobe, 1995

¿Preparados para las catástrofes?

La conciencia de vivir en un país azotado por la naturaleza y por la estupidez humana tiene que haber marcado por fuerza el carácter de este pueblo. Además, los japoneses no necesitan ver desgracias en los libros de historia o en los telediarios para recordar que tienen que estar preparados para lo peor: Cada año, en cualquier centro educativo, de trabajo o residencial, tienen lugar ejercicios de evacuación en los que la disciplina, el orden y la calma son esenciales, y por todo el país están señalizadas las áreas a las que hay que acudir en caso de emergencia. A eso hay que añadir que es difícil desplazarse unos quilómetros en cualquier dirección sin tropezar con una garita de policía o una estación de bomberos.

Con todo, esta vez la previsión no ha podido evitar el embate del océano. Pero quizás ha servido para evitar males mayores. Porque no es difícil imaginar la proporción del desastre si los más de cuarenta millones de personas afectadas desde Miyagi hasta la capital hubieran salido despavoridos de sus casas, se hubieran lanzado a robar comestibles o hubieran aprovechado la ocasión para vengarse de un vecino ausente o desprevenido.

Lecciones de la historia

La situación actual guarda similitudes y diferencias con los precedentes del siglo pasado. “En cuanto a la extensión de los daños a la ciudadanía, el terremoto de Tokio y de Kobe son distintos a la Segunda Guerra Mundial. Los daños de este se parecen a los de la guerra. Pero el perjuicio causado por la energía nuclear será para todos los países sobre la faz de la tierra. Y no se puede decir que sea un daño causado por la naturaleza”, explica Teru Shimamura, profesor de literatura japonesa en la universidad Ferris, de Yokohama, quien también recuerda que tras el terremoto de 1923 no todo el mundo mantuvo la calma: “Se produjeron asesinatos de ciudadanos coreanos y chinos a manos de la turba (tras difundirse rumores que los acusaban de provocar incendios). Se aprendió la lección de la historia y en esta ocasión no han sucedido cosas de ese tipo”.

No han sucedido porque la sociedad japonesa es muy distinta a la de principios de siglo XX. A pesar de las llamadas de sectores nacionalistas a que el país adopte una actitud más desafiante en política exterior, la mayoría de japoneses se han acostumbrado a la paz y al orden, detestan el descontrol y desean recuperar cuanto antes unos niveles de prosperidad que el profesor Shimamura califica de forma crítica como “una realidad hecha sobre una central nuclear construida sobre la arena”.

Salir adelante

¿Qué va a pasar a partir de ahora? ¿Podrá ese carácter de los japoneses hacer que el país salga fortalecido? ¿Perderán la fe en esa técnica que los ha convertido en una potencia económica? Creo que Japón también saldrá adelante en esta ocasión, y que la gente no perderá la confianza en la capacidad del país, responde el historiador Yukitaka Inoue, profesor de la universidad Senshu, de Tokio.

Por su parte, el catedrático emérito de la Universidad de Estudios Extranjeros de Kioto Àngel Ferrer, ve la catástrofe como una oportunidad: “El 200 por ciento del PIB en deuda pública, el problema de los jóvenes que se encierran en sus casas y otros desastres actuales han situado el país en una especie de marasmo. Estoy seguro de que este enorme latigazo será una vez más el acicate que les hará, recordando las palabras del emperador Hiro Hito, soportar lo intolerable”.

También lo tiene claro Kenji Shinohara: “Por supuesto, Japón saldrá adelante. Pero, para que eso ocurra, los que no hemos sufrido daños tenemos que ser muy conscientes. Depende de cuánto podamos esforzarnos los que estamos bien para tirar de los que no pueden. Por contra, si nos acomodáramos y nos aprovecháramos de la situación para ganar dinero o para mejorar nuestra posición, sería el fin de Japón. Persiste la tristeza por la gente que ha sufrido daños y sus familias y se mantendrá quizás por más de una década. Cuando ellos se levanten y miren hacia el futuro podremos decir que Japón se encamina hacia la recuperación.”


La escritora Yuiko Asano ilustra con un ejemplo la reacción japonesa típica ante una calamidad:

“La mayoría de la gente, si está en un restaurante o en una tienda, hay un terremoto y los empleados dicen que salgan a refugiarse sin pagar, lo hacen. Pero más tarde vuelven para pagar.

Su explicación del civismo nipón: “El que estemos juntos, que compartamos este espacio, forma parte de nuestro destino. Por eso somos considerados con los demás y nos ayudamos unos a los otros. Yo me siento orgullosa, como japonesa, de haber sido educada así”.


El profesor Àngel Ferrer, testigo de la recuperación de Japón tras la guerra, recortó el otro día una foto y la pegó en su diario. En ella se ve a una chica japonesa triste sentada, con la mirada perdida entre los escombros dejados por el tsunami. Al lado de la imagen, el profesor añadió el siguiente comentario en verso:

T S U N A M I T I D E

Vaig veure un país que pujava a la glòria

Després d’una guerra inhumana i cruel :

Alerta i conscient d’assolir la victòria

Si la pau compartia amb constància i anhel.

Tsunamítide trista, del somni desperta!

Si ara és la Natura que us ha bandejat

Mantindreu amb dolor l’esperança incerta

Fins a fer del somni una realitat.

¿Seguidismo o responsabilidad?

Jordi Juste. El Periódico de Catalunya, domingo 20 de marzo de 2011
Esta semana han abandonado el área de Tokio miles de ciudadanos extranjeros, mientras que eran muy pocos los japoneses que se movían hacia el sur o el exterior en busca de refugio ante una posible nube radiactiva proveniente de Fukushima. Esta diferencia de actitud no ha respondido a una resignación suicida de los japoneses, sino a que la información que les llegaba en general hablaba de una situación preocupante, pero ni mucho menos de un estado de cosas que pusiera el país a un paso de la hecatombe. Muchos de ellos veían por internet los anuncios apocalípticos que se hacían en el extranjero, pero ante la disonancia con el discurso de los medios nacionales, se quedaban con este.
En cambio, los extranjeros residentes en Tokio veían por internet cómo los gobiernos y medios de comunicación de sus países anunciaban la inevitabilidad de un nuevo Chernóbil y cómo sus familias los conminaban a salir con lo puesto de la capital de Japón, y muchos han acabado por hacerles caso y marcharse. Algunos de ellos, indignados al ver en los medios extranjeros que en Japón había caos y un éxodo masivo, algo que con sus propios ojos comprobaban que no era cierto. Se preguntaban si esos mismos medios tenían credibilidad para anunciar el apocalipsis, pero cedían para tranquilizar a familiares y amigos.
En España, la colonia japonesa asistía perpleja a la enorme preocupación de sus vecinos, que los consolaban antes de hora por la tragedia que estaba a punto de acontecer, mientras sus familiares y amigos les decían desde Japón que no se preocuparan, que la situación en Fukushima era grave pero no para caer en la histeria, y menos en el caso de aquellos que viven en Japón a distancias de la central dañada iguales o superiores a la que hay entre Barcelona y Cádiz.
Los medios japoneses se han consagrado a la cobertura de los efectos del tsunami, primero mostrando la devastación y luego retransmitiendo casi en directo la crisis de Fukushima, cediendo gran parte de su espacio a transmitir tal cual las palabras del portavoz del Gobierno y de los representantes de la compañía eléctrica o a explicarlas para hacerlas más comprensibles para la audiencia. ¿Han actuado de forma irresponsable al contribuir a calmar a la población? ¿Deberían haber preparado a los ciudadanos para un desastre que si se llega a evitar habrá sido por muy poco? Aún tendremos que esperar algún tiempo para poder responder a esta pregunta. Pero, aunque podemos imaginar el dilema al que se han enfrentado, no tenían casi más remedio que fiarse de su Gobierno, de Tepco y de la mayoría de los expertos en centrales nucleares, que apostaban por mantener la calma.
Es cierto que también en Japón se han oído, aunque con sordina, algunas voces de científicos antinucleares conminando al Gobierno a «decir la verdad» y evacuar Tokio cuanto antes, pero para creerles era necesario también un acto de fe. Y, puestos a creer, los medios japoneses han optado por la obediencia, la actitud recomendable en caso de crisis con potencial para terminar en caos.

sábado, marzo 19, 2011

Muertos invisibles

Jordi Juste
Análisis
El Periódico de Catalunya, sábado 19 de marzo de 2011

Una semana después de que la tierra temblara y el mar se abalanzara sobre el noreste de Japón, el número de muertos por la catástrofe confirmados alcanza casi los siete mil. Los primeros días fueron apareciendo cadáveres a centenares entre los escombros o en las playas y dicen las crónicas locales que las funerarias de la zona no dan todavía abasto y los hornos crematorios no dejan de echar humo. Sin embargo, apenas se han visto fotografías o imágenes de televisión de cadáveres, y en las que hay se hace necesario imaginar que aparece un cuerpo humano sin vida.

Esta invisibilidad de los muertos no es nada nuevo en Japón, donde los medios de comunicación de masas casi nunca muestran imágenes de restos mortales. En parte, se puede explicar la ausencia de cadáveres por el antiguo tabú existente en la sociedad nipona y en su religión ancestral, el sintoísmo, que consideraba impuros los cuerpos sin vida de personas y animales, y reservaba las labores funerarias y el trabajo con reses muertas a su casta más baja, que vivía segregada del resto de la población.

Posiblemente, ese prejuicio se interiorizó en la cultura y ha automatizado una prevención hacia los cuerpos muertos en generaciones que ya no conocen de castas. Lo cierto es que la exposición de cadáveres en que se prodigan los medios occidentales es algo que deja perplejos a los japoneses de hoy en día. “¿Por qué ponen esta fotografía?” “¿La gente quiere ver esto?” “¿Qué aporta?” “¿Qué pensaran los familiares o amigos al verla?” “¿Te gustaría que te mostraran así?”, te preguntan los japoneses ante una imagen de una masacre o un accidente con víctimas en un periódico occidental.

La última cuestión –¿Te gustaría que te mostraran así? – es importante. Porque en Japón la muerte no se oculta: Quien haya visto la película Despedidas, ganadora de un Oscar en 2009, sabrá que en los ritos funerarios nipones el cuerpo del finado tiene una presencia mucho más central que en los occidentales. Pero el aspecto del fallecido es esencial, ya que la ceremonia es una oportunidad de mostrarle respeto y despedirlo con la dignidad que merece. Ese es el motivo por el que no hemos visto despojos humanos y por el que sí hemos visto a familiares y amigos llorando, pero casi siempre sin desesperación, sin perder el decoro.

viernes, marzo 18, 2011

Mangueras contra la radiactividad

JORDI JUSTE
Japón posee abundante tecnología de vanguardia, pero ayer los esfuerzos para lograr refrigerar el núcleo y las barras de combustible de los reactores de la central nuclear Fukushima Daiichi se hacían a base de lanzar agua desde tierra y aire con helicópteros militares, una tanqueta antidisturbios de la policía y camiones de bomberos del Ejército. Los militares lograron hacer llegar el agua hasta el reactor número tres, pero no el vehículo policial, cuya potencia de chorro no alcanzó al objetivo. Al término de las operaciones, militares y policías no presentaban dosis de radiación preocupantes, pero es indudable que su intervención tuvo una gran dosis de heroicidad.
Si hubiéramos imaginado un accidente nuclear en Japón, posiblemente habríamos predecido el uso de sofisticados robots en las tareas para controlar una posible fuga radiactiva. No en vano, Japón es una potencia en el mundo de la robótica desde hace décadas.
Androides
En los últimos años, hemos visto perfeccionadas versiones de máquinas androides que bailan o sirven café o de robots con forma de animal que supuestamente hacen el papel de mascotas. Anécdotas, comparadas con la gran cantidad de máquinas japonesas con gran autonomía que se usan hoy en día en la industria, en todo el mundo, para hacer trabajos pesados o peligrosos que antes exigían la fuerza y el riesgo humanos.
Una explicación al hecho de recurrir a métodos que parecen rudimentarios, en lugar de los tecnológicamente más avanzados, es que los robots modernos se usan en instalaciones modernas, que ya han sido diseñadas para que eso sea posible.
La central nuclear de Fukushima fue construida en los años 70. Pero, aunque fuera una instalación moderna, parece que los daños, provocados por el tsunami primero y luego por las explosiones de hidrógeno, hubieran hecho igualmente difícil el acceso de humanos, humanoides o robots de otra forma.
No es raro ver en Japón la tecnología punta conviviendo con métodos de toda la vida. Al lado de escaleras de aleaciones muy sofisticadas es posible ver otras hechas de bambú, un material abundante y apreciado por su fuerza y ductilidad, y en templos o palacios catalogados como patrimonio de la humanidad, además de extintores y sistemas de aspersión, casi siempre están presentes los cubos rojos preparados para arrojar agua sobre las llamas.
Cultura del esfuerzo
En la cultura japonesa el esfuerzo es muy valorado y tiene un componente sobre todo físico cuyo máximo exponente es el del sacrificio de la propia vida para salvar al grupo. Esta vez, aún no ha sido necesario llegar a tal extremo, pero sí confiar en la pericia de héroes de carne y hueso para tratar de evitar una fuga radiactiva que podría afectar a sus compatriotas y a gente de otros países.
*PERIODISTA

Señor del cielo y padre de la gran familia japonesa

Emperor Akihito and Empress Michiko console sufferers of Great Hanshin-Awaji Earthquake.(1995)
(Photo: Mainichi)http://www.kunaicho.go.jp/eindex.html

Muchos japoneses no saben ni que el emperador de Japón se llama Aki Hito ni que su padre se llamaba Hiro Hito. De hecho, muchos ni siquiera tienen consciencia de que el símbolo viviente de su nación sea un emperador. Pero no es porque desconozcan su existencia sino porque, en vida, se refieren a él como “Tenno”, que literalmente significa “señor del cielo”, y una vez muerto le añaden el nombre que recibe su era. Así, Hiro Hito es el Showa Tenno (tenno de la armonía ilustrada) y Aki Hito será un día Heisei Tenno (tenno de la paz generalizada).

Por ahora, Aki Hito es, según la Constitución, “símbolo del Estado y de la unidad del pueblo”, y no tiene ninguna atribución política más allá de la representación nacional en el exterior y la legitimación de las leyes mediante su rúbrica. Un papel similar al de cualquier monarca constitucional europeo, con la gran diferencia de su legitimidad histórica, que no se remonta a ningún cambio de dinastía más o menos reciente sino al momento mítico del nacimiento de Japón. Hoy en día solo queda un puñado de fanáticos que se crean el origen mítico del país o que consideren a Aki Hito un semi-dios, pero él sigue estando en la cúspide simbólica del sintoísmo, la religión ancestral del país, basada en el culto a la naturaleza y a la familia.

Akihito es jefe del Estado por ley y padre de la gran familia japonesa por costumbre. Por supuesto, entre los 128 millones de japoneses hay muchos que cuestionan ambos roles, pero para la mayoría el tenno es una figura positiva, como mostraban ayer mismo las redes sociales de internet en los muchos mensajes de reacción a su alocución de apoyo a los damnificados por el terremoto: “Muchas gracias. Las palabras de su majestad infunden coraje y ayudan a mucha gente”; “Su majestad se preocupa más que nadie por la felicidad de los japoneses”; “Sus palabras me han calado en el corazón. Estoy orgulloso de ser japonés”.

Más allá del grado de adhesión a su figura, las apariciones públicas de Aki Hito, marcadas siempre por la ceremonia y un estricto sentido de la dignidad de su cargo, sirven a los japoneses para recordarles su pertenencia al grupo, a esa gran familia que es Japón, y hacer que se sientan apoyados frente a la adversidad.

lunes, marzo 14, 2011

El tsunami asesta un golpe muy duro a la economía japonesa

Tokio ve frustradas sus posibilidades de sanear las finanzas a corto plazo
El freno a la actividad en el noreste afectará a la producción en otras zonas del país
El primer ministro de Japón, Naoto Kan, discutía el viernes en el Parlamento la necesidad de un presupuesto austero para el año que viene cuando la tierra se puso a temblar bajo sus pies. Pocos minutos después, el tsunami que arrasó el noreste del país engulló las posibilidades de sanear a corto plazo sus finanzas públicas. Japón, que ya tiene una deuda de casi nueve billones de euros (más del 200% de su Producto Interior Bruto) necesitará ahora dedicar ingentes cantidades para reconstruir parte de su infraestructura.
El precedente histórico más inmediato, el terremoto de Kobe de 1995, supuso un coste de unos 70.000 millones de euros para el Estado nipón. Aún es pronto para establecer con precisión el coste económico del seísmo del viernes, el mayor de la historia del Japón contemporáneo. De momento, la empresa de cálculo de riesgos Air Worldwide hizo pública ayer la cifra de más de 34.000 millones de dólares (unos 25.000 millones de euros) como primera estimación de los gastos a los que tendrán que hacer frente las aseguradoras por los bienes dañados sobre los que existían pólizas de seguro.
La cuantía de los daños sobre el conjunto de la economía japonesa dependerá, en buena medida, de cómo se solucione la presente crisis nuclear y del tiempo que se requiera para devolver al máximo de su potencial la capacidad productiva del país. Los obligados cortes eléctricos que se sucederán durante algún tiempo afectan ya al área de Tokio, la más importante para la economía japonesa. Además, todos los grandes conglomerados industriales japoneses tenían plantas de producción en la región afectada más directamente por el terremoto, por lo que deberán derivar parte de sus presupuestos a la reconstrucción de instalaciones. También es de esperar que la paralización económica del noreste produzca problemas de suministros que afectarán la producción industrial en otras zonas del país.
El Gobierno reconoció ayer, por boca del jefe de gabinete, Yukio Edano, la necesidad de aprobar un paquete extraordinario de gasto para hacer frente a las consecuencias del desastre. «Es de esperar que el terremoto tenga un impacto considerable en un amplio abanico de las actividades económicas del país», declaró Edano. Por su parte, el líder de la oposición, Sadakazu Tanigaki, se mostró abierto a la posibilidad de apoyar la creación de impuestos especiales para financiar el esfuerzo. «El primer ministro debe tomar en consideración si la financiación puede obtenerse solo mediante la emisión de bonos gubernamentales», dijo Tanigaki.
ESTABILIZAR LOS MERCADOS / La elaboración de un presupuesto extraordinario y la fórmula para financiar el gasto suplementario tendrán que esperar a finales de mes, según explicó el ministro de Economía, Yoshihiko Noda. De momento, el Banco de Japón se dispone ya a inyectar cantidades suplementarias de dinero para estabilizar los mercados financieros. «Vamos a estudiar las condiciones de los mercados y tenemos previsto aportar liquidez desde primera hora de mañana», dijo ayer el gobernador Masaaki Shirakawa.
Además de la inundación pública de liquidez, es de esperar que empresas, bancos y fondos de inversión japoneses hagan desinversiones en el extranjero para poder repatriar fondos. Por eso es probable que el yen sufra una presión alcista a corto plazo, hecho que perjudicaría la capacidad exportadora de su industria pero supondría un alivio para lasoposición, Sadakazu Tanigaki, se mostró abierto a la posibilidad de apoyar la creación de impuestos especiales para financiar el esfuerzo. «El primer ministro debe tomar en consideración si la financiación puede obtenerse solo mediante la emisión de bonos gubernamentales», dijo Tanigaki.
ESTABILIZAR LOS MERCADOS / La elaboración de un presupuesto extraordinario y la fórmula para financiar el gasto suplementario tendrán que esperar a finales de mes, según explicó el ministro de Economía, Yoshihiko Noda. De momento, el Banco de Japón se dispone ya a inyectar cantidades suplementarias de dinero para estabilizar los mercados financieros. «Vamos a estudiar las condiciones de los mercados y tenemos previsto aportar liquidez desde primera hora de mañana», dijo ayer el gobernador Masaaki Shirakawa.
Además de la inundación pública de liquidez, es de esperar que empresas, bancos y fondos de inversión japoneses hagan desinversiones en el extranjero para poder repatriar fondos. Por eso es probable que el yen sufra una presión alcista a corto plazo, hecho que perjudicaría la capacidad exportadora de su industria pero supondría un alivio para las necesidades de importación de gas para la producción eléctrica que se derivarán de la paralización de algunas plantas nucleares.
[ +INFO ]
> El Gobierno nipón se verá obligado a modificar su política y reducir el gasto.
El Gobierno ya se encontraba antes del terremoto ante la hercúlea tarea de recortar el déficit y al mismo tiempo ampliar el estado del bienestar e impulsar la descentralización administrativa. Rebajas en las autopistas, ayudas directas a las familias, gratuidad del bachillerato y aumento de la autonomía presupuestaria de las provincias son algunas de las medidas y proyectos con los que el primer Gobierno de centroizquierda del Japón contemporáneo ha intentado ganarse el favor de la población. Ayer, muchos japoneses se mostraban escépticos sobre la posibilidad de mantener políticas de país sobrado cuando han surgido necesidades más perentorias.