lunes, septiembre 26, 2011

Japón recupera la conciencia

さようなら原発1000万人アクション

Jordi Juste

Unas sesenta mil personas se reunieron el 19 de septiembre en Tokio para pedir el fin de la energía nuclear. Visto desde Europa, puede parecer un grupo reducido en una metrópolis de casi treinta millones de habitantes. Pero es una reunión extraordinaria en Japón donde, en las últimas décadas, las protestas masivas se limitaban prácticamente al movimiento contrario a las bases militares estadounidenses en la isla de Okinawa. En los años cincuenta y sesenta las calles de Tokio vivieron una gran agitación política, centrada en la oposición al tratado de cooperación militar con Estados Unidos. Pero a principios de los setenta la juventud nipona disfrutaba ya de las comodidades aportadas por el crecimiento económico y estaba desengañada de algunos movimientos izquierdistas, que se oponían al imperialismo americano pero cerraban los ojos ante el soviético. La resaca de aquellos días han sido décadas de un conformismo generalizado que ahora podría estar terminando.


Los manifestantes reunidos el día 19 en el parque Meiji de Tokio respondían al llamamiento del grupo Sayonara Genpatsu (adiós a las centrales nucleares) http://sayonara-nukes.org/english/ encabezado por nueve intelectuales que quieren conseguir diez millones de firmas para un manifiesto contra la energía nuclear. El documento inicial lo suscriben, entre otros, el premio Nobel de literatura Kenzaburo Oe, el músico Ryuichi Sakamoto y la monja budista de 89 años Jakucho Setouchi. Incluye tres peticiones: que se cancele la construcción de nuevas plantas de generación, que se eliminen de forma planificada las actuales y que se cierren las instalaciones de reproceso de plutonio. “Siempre hemos sabido que los seres humanos no pueden convivir con la energía nuclear. Lamentamos profundamente que, aunque lo sabíamos, nuestras voces de protesta y nuestras acciones contra la energía nuclear han sido, de largo, demasiado débiles”, afirma el manifiesto.

Parece que el tsunami que el 11 de marzo asoló la región de Tohoku y el desastre de la central nuclear de Fukushima han hecho que muchos japoneses despierten después de las décadas de sueño acrítico aceptando el credo atómico impuesto por las compañías eléctricas con la anuencia de gran parte de las élites económica, política y cultural. Cuando todavía se trabaja por enfriar los reactores dañados en Fukushima para poder sellarlos, algunas encuestas sitúan en más del setenta por ciento a los japoneses opuestos a esta forma de generación de electricidad, cuando antes de la catástrofe eran mayoría los que la aceptaban, ya fuera con entusiasmo -por ser una solución limpia y barata- o simplemente como una más de las fatalidades que asuelan el archipiélago.

Siempre ha habido japoneses opuestos a la energía nuclear en el único país que ha sufrido un bombardeo atómico. Sin embargo, su voz fue haciéndose inaudible a medida que la repulsa a lo nuclear, provocada por el recuerdo de las masacres de Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945, fue quedando arrinconada por el deseo de crecimiento económico rápido que siguió a la posguerra, y por el hecho incuestionable que Japón es un país con casi nulas reservas de combustibles fósiles. Los que alertaban del peligro del átomo en una tierra que siempre tiembla fueron tomados durante décadas por quijotes que luchaban contra molinos de viento.  

Uno de los que se han pasado la vida intentando despertar la conciencia de sus compatriotas es Kenzaburo Oe, que ahora ve como sus palabras tienen mayor repercusión en una población ávida de liderazgo moral. En un artículo publicado recientemente, el novelista afirmaba: “Estamos descargando unilateralmente nuestras responsabilidades sobre las generaciones venideras”, y a continuación se preguntaba: “¿Cuándo abandonó la humanidad la moral que nos debería haber frenado?”.

Por su parte la monja budista Jakucho Setouchi, autora de numerosos textos sobre temas de actualidad, afirmaba recientemente: “No solo los japoneses, sino quizás toda la humanidad se ha vuelto engreída. Piensa que con su conocimiento lo puede vencer todo. Pero esta vez se nos ha enseñado que el conocimiento humano es realmente insignificante. No podemos morirnos y dejarle este horror a la gente joven, a los niños que quedarán. Yo estoy dispuesta a sacrificarme para oponerme a la energía nuclear”.

Otra de las voces que hasta hace poco parecían clamar en el desierto y ahora son escuchadas es la de Ryuichi Sakamoto. En su biografía La música os hará libres -escrita antes del terremoto de Tohoku y que está a punto de aparecer en España- el músico se lamenta sobre la falta de líderes de opinión en Japón: “Había personas de carácter que -más allá de que fueran conservadores o progresistas- eran capaces de decirle claramente a la sociedad lo que pensaban. Pero ahora ya no hay.” Sakamoto lleva tiempo mostrando su oposición a la energía nuclear. En 2006 puso en marcha el proyecto Stop Rokkasho, para alertar sobre el peligro que supone la planta de reproceso de combustible situada en la provincia de Aomori. Recientemente, consciente del pecado de soberbia que ha cometido la humanidad, afirmaba: “es necesario que temblemos de miedo ante la indiferencia de la naturaleza, ya que a menudo olvidamos que vivimos en ella, que somos parte de ella”.

Más allá del manifiesto de Sayonara Genpatsu, son numerosos los intelectuales que en el medio año que ha transcurrido desde el tsunami han levantado su voz contra el error que supuso confiar en la energía nuclear. Uno de los más destacados ha sido el novelista Haruki Murakami, cuyo discurso de aceptación del Premi Internacional Catalunya tuvo una gran repercusión en su país y provocó una enorme cantidad de comentarios en las redes sociales. Murakami acusó claramente en su alocución a las compañías eléctricas de haber optado por la energía nuclear por la posibilidad de obtener mayores beneficios económicos, pero se quejó también de la falta de espíritu crítico general como causante del desastre: Ahora criticamos a la compañía eléctrica y al Gobierno. Es justo y necesario que lo hagamos. Pero a la vez también nos hemos de echar las culpas a nosotros mismos. Somos víctimas y culpables a la vez. Es una cuestión que debemos plantearnos seriamente. Si no, puede ser que el error se repita en algún lugar”.

Tanto Murakami como Sakamoto y muchos otros de los intelectuales que han mostrado su opinión tras el desastre de Fukushima no se han limitado a criticar que Japón haya llegado al extremo de producir un treinta por ciento de la energía que consume en plantas nucleares, sino que han destacado la oportunidad que supone la actual situación para que un país que cuenta con unos fabulosos recursos tecnológicos y organizativos se vuelque en el desarrollo de formas de generación, transporte y consumo de electricidad más limpias y seguras. 

Versión original del artículo aparecido en el Cuaderno del Domingo de El Periódico de Catalunya del 25 de septiembre de 2011